Otro año que se nos resbala de las manos casi sin darnos cuenta, otra nochevieja más, otras doce campanadas con sus respectivas doce uvas. Y siempre que nos encontramos a las puertas de entrar en un nuevo año, nos da por pensar en el que dejamos atrás, en los proyectos que se nos cumplieron y en los que quedaron sólo en eso, en proyectos, en la gente y en los nuevos sitios que conocimos, en los que ya no están con nosotros y en los que hace poco han llegado a nuestras vidas en forma de pequeñas personas. Y encaramos el próximo año con ganas, con ilusión, con mil sueños que casi podemos ver ya en nuestra mente.
No sé bien por qué, en estas fechas nos volvemos súper-mega solidarios y deseamos que la Paz inunde todo el mundo y que los negritos puedan comer y terminar así de una vez por todas con el hambre del planeta y ya de paso salvar a las ballenas, etc., etc.
Lo triste de todo esto es que cuando pasan estas fiestas la solidaridad se nos va por el desagüe y todo vuelve a ser igual que siempre: siguen muriendo personas inocentes en todas las guerras del planeta, sigue muriendo gente inocente de hambre en todo el mundo y siguen aniquilando a las pobrecillas ballenas.
Pero no pensemos ahora en eso, pensemos en que en unas horas estaremos comiéndonos las doce uvas y viendo cómo retransmiten las campanadas la Belén Esteban y Jorge Javier Vázquez. Eso sí que es entrar con buen píe en el 2010, sí señor.
En fin, ya poniéndome serio, me gustaría que reflexionemos sobre esos lugares en que la Navidad no es tan súper-guay como en nuestras casas. Creo que estas no son fechas de celebración, sino de reflexión sobre en qué nos estamos (están) convirtiendo y en qué sociedad estamos educando a nuestros hijos.
Si nos dedicásemos el resto del año a hacer realidad todo lo que deseamos en estos días, sin duda, seríamos capaces de cambiar todo lo que no nos gusta. Pero eso es una grandísima utopía, pues ya el poder, con sus medios de comunicación (y con la caja tonta a la cabeza) se encarga de que pensemos lo imprescindible. Lo tienen todo calculado al milímetro.
Y después de llenarles a ustedes la cabeza con conspiraciones y subversiones varias, les deseo un feliz año 2010.
No sé bien por qué, en estas fechas nos volvemos súper-mega solidarios y deseamos que la Paz inunde todo el mundo y que los negritos puedan comer y terminar así de una vez por todas con el hambre del planeta y ya de paso salvar a las ballenas, etc., etc.
Lo triste de todo esto es que cuando pasan estas fiestas la solidaridad se nos va por el desagüe y todo vuelve a ser igual que siempre: siguen muriendo personas inocentes en todas las guerras del planeta, sigue muriendo gente inocente de hambre en todo el mundo y siguen aniquilando a las pobrecillas ballenas.
Pero no pensemos ahora en eso, pensemos en que en unas horas estaremos comiéndonos las doce uvas y viendo cómo retransmiten las campanadas la Belén Esteban y Jorge Javier Vázquez. Eso sí que es entrar con buen píe en el 2010, sí señor.
En fin, ya poniéndome serio, me gustaría que reflexionemos sobre esos lugares en que la Navidad no es tan súper-guay como en nuestras casas. Creo que estas no son fechas de celebración, sino de reflexión sobre en qué nos estamos (están) convirtiendo y en qué sociedad estamos educando a nuestros hijos.
Si nos dedicásemos el resto del año a hacer realidad todo lo que deseamos en estos días, sin duda, seríamos capaces de cambiar todo lo que no nos gusta. Pero eso es una grandísima utopía, pues ya el poder, con sus medios de comunicación (y con la caja tonta a la cabeza) se encarga de que pensemos lo imprescindible. Lo tienen todo calculado al milímetro.
Y después de llenarles a ustedes la cabeza con conspiraciones y subversiones varias, les deseo un feliz año 2010.
Miguel Ángel Rincón Peña