Hacía varias semanas que, por falta de tiempo -que no de ganas- no salía a dar mis paseítos por carriles y veredas. A veces le faltan horas a mi reloj. El otro día que tenía la tarde libre me escapé un rato, y aprovechado que me había descargado una aplicación para el móvil que contabiliza al instante los kilómetros que se van haciendo, e incluso lo pasos que se dan, me puse en marcha y emprendí el camino. Como no me fío mucho de las nuevas tecnologías, iba con el móvil en la mano, comprobando que la aplicación funcionaba correctamente. Caminaba tan concentrado en la pantalla del móvil, que ni me di cuenta que en la cuneta había un rebaño de ovejas. El pastor estaba sentado en un extremo del camino, con su sombrero de paja y un perro de agua a su lado. De repente escuché: ‘Chiquillo, deja el móvil tranquilo que te vas a tropezar’. Levanté la cabeza y allí estaba el buen hombre, con un cigarrillo en la boca y una sonrisa maliciosa. Lo saludé y del bolsillo se sacó su móvil, uno de esos antiguos, lleno de ralladuras y polvo: ‘Mira, este es el mío, todo el día en el bolsillo porque no me llama ‘naiden’ y me parece que ni tengo saldo para llamar’.
Ya había pensado alguna vez que otra escribir una columna sobre la adicción que los teléfonos móviles nos crean, pero después de aquel encuentro me decidí a hacerlo, y aquí estoy, dándole a la tecla.
Todos hemos sido testigos alguna vez de esas situaciones en que, por ejemplo, en la mesa hay cuatro personas y todas están con la mirada puesta en el móvil. Nadie habla durante unos momentos. Antes los chavales se reunían en las plazas a comer pipas, charlar, etc. Ahora lo hacen para mirar las notificaciones de las redes sociales, o conversar por el Whatsapp. A veces he ido mirando mensajes a la vez que caminaba por la calle, y me he cruzado a alguien que también iba haciendo lo mismo que yo. Parecíamos zombis. Así que desde que caí en la cuenta procuro sacar el móvil lo menos posible.
Las nuevas tecnologías, en un momento dado, nos pueden volver totalmente idiotas. Pasamos más tiempo pendiente al móvil que mirando los ojos de nuestra pareja, y eso es preocupante e inaceptable. Lo queramos reconocer o no, estamos absolutamente enganchados a esos aparatejos. Prueben a desconectar el móvil y pasar un día sin él. Salgan a la calle desprovistos de teléfono, verán que sensación tan rara y angustiosa. No voy a mentirles, yo también fui alienado por esos ‘engendros móviles’, pero llegó un momento en que me dije ‘hasta aquí hemos llegado’, y desde entonces, y como cantaran los ‘Tabletom’, me estoy quitando…
Miguel Ángel Rincón Peña