Con la llegada del otoño comienzan de nuevo mis paseos por el campo. En octubre, empiezan ya a desplomarse las primeras hojas amarillas de los árboles, formando una extensa y crujiente alfombra que da gusto pisar cuando vamos caminando.
El paseo es una reconciliación con uno mismo, un ejercicio, evidentemente físico, pero también mental. Caminar por algún carril, o campo a través, es una manera de meditación. El paseante (que no tiene nada que ver con esa moderna plaga a la que yo denomino “hombres/mujeres Decathlon”, y que de un tiempo a esta parte inunda tanto el campo como la ciudad) es una persona que busca con sus paseos, estar a solas con la naturaleza y reflexionar sobre lo importante de la vida. También es un observador, un investigador, un curioso.
Pasear por la ciudad es otra cosa totalmente diferente, aunque también muy recomendable. En otoño, perderse por las callejuelas del centro de alguna ciudad, o caminar por avenidas casi interminables, y observar a la gente y sus prisas, el tráfico, los edificios, las tiendas, los parques, etc.
Aunque, sin lugar a dudas, el paseo que más me atrae es caminar junto al mar. Ahora que ya los veraneantes han desaparecido totalmente de las playas, ni sombrillas, ni bañistas, ni el ajetreo reinante que en otras fechas lo inunda todo. Sólo nuestras pisadas y el sonido de fondo que produce el mar. Me pasaría las horas muertas mirando el océano, sentado frente a ese inmenso atlántico, hasta que el horizonte, inevitablemente, se trague al Sol. ¡Qué pena no tener el mar más cerca de la sierra! Pero siempre nos quedará el lago, con la silueta de Arcos de la Frontera al fondo, toda una joya para paseantes y fotógrafos. También tenemos a un tiro de piedra el maravilloso sendero del río Majaceite, en El Bosque. Un lugar lleno de magia, donde poder caminar tranquilamente (siempre que no sea fin de semana) o sentarse junto a la orilla a leer un libro, o simplemente mirar el cauce. Muy recomendable es la opción de seguir por el río hasta llegar a Benamahoma, y una vez allí, pedir una tapa y un par de vinos en El Bujío, y vuelta al sendero. Nuestra sierra está plagada de sitios hermosos para pasear tranquilamente.
¡Ay! Pasear…, casi nadie lo hace ya por mero placer.
Miguel Ángel Rincón Peña