El viernes pasado di una lectura poética en el salón de plenos de Bornos, situado dentro del Castillo Palacio de los Ribera. Un lugar precioso. Dicho recital lo realicé junto al cantautor Manu Lobo, y estaba enmarcado dentro de las presentaciones que estamos realizando con motivo de la publicación de mi nuevo poemario.
Empezamos allá por el mes de abril, y en todo este tiempo nos hemos recorrido multitud de pueblos y ciudades de nuestra provincia, con la mochila cargada de versos.
No es fácil publicar un libro y luego tener que moverlo, y si se trata de venderlos ni hablamos. Y es que estos, queridos lectores, son tiempos complicados.
Yo he tenido la suerte de poder contar, a la hora de dar recitales y presentar el libro, con la ayuda de mis buenos amigos cantautores. Personas que nunca tienen un no cuando se les propone pasar un ratito de poesía y música. Buena gente de la talla de Fernando Polavieja, Luis de Manuela, Alfonso Baro y el antes mencionado Manu Lobo. Ellos, con sus canciones, hacen que todo sea más fácil, creando un ambiente intimista y dando buena compañía a la intrínseca soledad del poeta sobre el escenario. No quiero olvidar a otro amigo al que conozco desde la infancia, y del cual ya les he hablado en esta columna en alguna que otra ocasión. Se trata de Miguel Beltrán Barrero, más conocido artísticamente por Barry. Un pianista con vocación de alquimista musical que funde, como pocos, los versos con las notas para que le lleguen mejor al público.
Muchas veces lo pienso, y sé que es un lujo poder contar con la maravillosa contribución de todas estas personas (vaya desde aquí mi humilde homenaje), y hacer kilómetros y recorrer lugares con esa ilusión del que sabe que, desde la más absoluta honestidad, está haciendo algo que le apasiona, aunque no gane un sólo euro (más bien todo lo contrario).
Para concluir, podría citar bastantes anécdotas acaecidas en estos últimos meses, desde actuar en lo alto de una especie de carromato en medio de una plaza, a hacerlo en una caseta de la feria de Jédula (cosas bastante surrealistas), pasando por tener que dar algún recital que otro en pleno brote de la enfermedad de Crohn. Ya saben, hay que morir con las botas puestas, y a mí me gustaría hacerlo agarrando lápiz y papel. Pero sin prisas, que a las misas de réquiem nunca fui aficionado.
Miguel Ángel Rincón Peña