Cuando uno llega a una cierta edad, los recuerdos de la infancia se multiplican. Hay quienes los esquivan, huyendo de la posible melancolía, yo en cambio, hago todo lo posible por recordar los detalles, por insignificantes que puedan parecer, de aquella época. Varias veces he plasmado en esta columna retazos de esos recuerdos de la niñez. Este curso, en el que estoy en una clase de Infantil de 3 años, trabajar con ellos está siendo una constante remembranza de la infancia, que -como ya dijera Rilke- es la verdadera patria del hombre. Una imagen, un olor, me transporta de repente a aquella guardería o a aquel colegio donde me enseñaron lo básico para defenderme en este sistema depredador. Cuando se es pequeño uno se crea sus mitos, ya sean musicales, deportivos, etc. Luego pasa el tiempo y descubrimos que los pies de aquellos mitos eran de barro. A los 6 años, yo quería ser futbolista, como Butragueño, y también quería ser legionario, pues a veces, los veía desfilar desde mi balcón. Sirvan estos dos ejemplos para ilustrar esos mitos con pies de barro a los que me refería antes. Entonces mi equipo era el Real Madrid, y años después me desligué totalmente de esa idea, pues comprendí que el fútbol moderno, y sobre todo esa “liga de los ricos”, con equipos construidos desde la chequera, no era deporte, sino puro negocio. Tengo que confesar que desde hace años me gusta el Athletic de Bilbao, pero esa es una larga historia que dejaré para otro momento.
El ejemplo de la Legión, pues ya se imaginarán, en el momento que pensé un poquito, vi que la realidad de esa fuerza militar era terrible, y que esos desfiles sólo eran la frágil fachada de la casa de los horrores. Sólo hay que consultar la historia para darse cuenta.
Fíjense, el otro día, los informativos daban la noticia de que 5 legionarios del tercio Alejandro Farnesio con base en Ronda habían sido procesados por torturas en Iraq. Don Miguel de Unamuno tenía razón.
Y para cerrar este artículo, y ya que estamos con el tema de la infancia, recuerdo que mi madre me llevó a una feria y me subió en unos ponis que daban vueltas y vueltas. Yo me sentí incómodo, las caras de aquellos animales transmitían una inmensa tristeza. El domingo en la Feria de San Miguel volví a ver aquella tristeza en los ojos de los ponis. ¡Qué crueldad!
Miguel Ángel Rincón Peña.