Era yo un niño cuando la vi por primera vez. Creo que fue en invierno, porque llovía y aún teníamos puesta la mesa camilla. Lo recuerdo bien. Después del Telediario echaban una película llamada “El sueño eterno”, muchos años después descubrí que estaba basada en la novela de mi admirado Raymond Chandler. A mí solían aburrirme bastante aquellas películas en blanco y negro, y rara era la vez que no acababa dormitando en el sillón. Pero con aquella película, no se por qué, sucedió todo lo contrario, me enganché a ella, y eso que el argumento era bastante enrevesado. Puro cine negro (film noir) con una pareja de estrellas llamadas Lauren Bacall y Humphrey Bogart, y con unos diálogos difícilmente superables. Recuerdo que Lauren Bacall brillaba como una auténtica estrella en aquel firmamento de celuloide. Tenía unos ojos, y una mirada que hacía que se te olvidara todo el argumento de la película cada vez que la cámara la enfocaba con aquellos míticos primeros planos.
De vez en cuando suelo volver a ver algunas de aquellas estupendas películas del cine negro… “El halcón maltés”, “La mujer del cuadro”, “La senda tenebrosa”, “Cayo Largo” y tantas otras obras de arte que nos dejó el género.
El martes pasado estaba yo trasnochando un poco y me enteré por un diario digital que Lauren Bacall, la gran musa, la mujer fatal, había fallecido a los 89 años (ahí es nada) en su apartamento neoyorquino, en el mítico edificio Dakota, el mismo donde asesinaron a John Lennon o donde Roman Polanski rodara “La semilla del diablo”. ¡Cuánta historia en un mismo lugar!
Es curioso, pero fue enterarme de la trágica noticia y venirme a la mente aquel día del que les hablaba antes: Ronda, mediados de los ochenta, invierno…, y frente a la tele, un niño que se deslumbraba con el tándem Bacall – Bogart, y así, sin darse cuenta, aquel pequeño se enamoraba irremediablemente del séptimo arte.
En marzo de este año, después de ver “Tener y no tener” le escribí un sencillo Haiku como homenaje personal a Lauren Bacall, el cual reproduzco a continuación como cierre de la columna de esta semana:
escrito en el viento
y en sus ojos.
Miguel Ángel Rincón Peña.