Una vez más, los andaluces, y por consiguiente, también todos los españoles, hemos vivido otro capítulo más de esta casposa y amarillenta España cañí.
En Sevilla se casó, por tercera vez, la Cayetana Fitz-James Stuart, o lo que es lo mismo: la Duquesa de Alba. A la boda asistió lo más granado de la “alta suciedad” y de la burguesía (toreros, diseñadores de moda, banqueros y demás facherío y personajes del buen vivir), lo que se viene llamando, un buen bodorrio.
Según los informativos, la calle estaba a tope de personal esperando ver a los novios o a los insignes invitados. Los medios de comunicación se han volcado con tan magno acontecimiento y han ofrecido una total cobertura sobre el enlace matrimonial.
Ahora mismo, mientras tecleo, estoy viendo en la televisión un reportaje sobre la boda. Los novios, jaleados por el gentío que les lanzaban piropos tales como: “guapos”, “viva la Duquesa”, “ole qué arte tiene la Duquesa”, etc., paseaban por la alfombra roja sonrientes como veinteañeros enamorados. La duquesa de Alba, de 85 años, se ha casado con un funcionario del Estado 24 años más joven que ella, tras cuatro años de noviazgo. Esta es la tercera boda de la Cayetana, que ha logrado superar la oposición inicial de sus seis hijos gracias al sosiego que supuso el reparto en vida de su ingente herencia.
Poco importa ahora que la Duquesa facha haya contratado de forma irregular a cerca de una veintena de trabajadores, algunos de ellos inmigrantes, en las fincas que posee en las provincias de Sevilla y de Córdoba. Tampoco importa mucho que las subvenciones que recibe de la Política Agraria Común (PAC) de la Unión Europea, estén siendo invertidas en urbanizar parte de sus 34.000 hectáreas de terreno rústico en vez de dedicarlas al campo y a la creación de empleo. Mucho menos importa que la tal Cayetana insultara reiteradamente a los jornaleros, incluso que los denunciara por acusarla de incumplir la ley laboral y de "beneficiarse" de ayudas europeas, y que por supuesto, la Duquesa ganó la demanda. Ya se sabe que la aristocracia tiene mucho poder en este país.
¡Ay! Con la que está cayendo y esta gente viviendo del cuento. En fin…
En Sevilla se casó, por tercera vez, la Cayetana Fitz-James Stuart, o lo que es lo mismo: la Duquesa de Alba. A la boda asistió lo más granado de la “alta suciedad” y de la burguesía (toreros, diseñadores de moda, banqueros y demás facherío y personajes del buen vivir), lo que se viene llamando, un buen bodorrio.
Según los informativos, la calle estaba a tope de personal esperando ver a los novios o a los insignes invitados. Los medios de comunicación se han volcado con tan magno acontecimiento y han ofrecido una total cobertura sobre el enlace matrimonial.
Ahora mismo, mientras tecleo, estoy viendo en la televisión un reportaje sobre la boda. Los novios, jaleados por el gentío que les lanzaban piropos tales como: “guapos”, “viva la Duquesa”, “ole qué arte tiene la Duquesa”, etc., paseaban por la alfombra roja sonrientes como veinteañeros enamorados. La duquesa de Alba, de 85 años, se ha casado con un funcionario del Estado 24 años más joven que ella, tras cuatro años de noviazgo. Esta es la tercera boda de la Cayetana, que ha logrado superar la oposición inicial de sus seis hijos gracias al sosiego que supuso el reparto en vida de su ingente herencia.
Poco importa ahora que la Duquesa facha haya contratado de forma irregular a cerca de una veintena de trabajadores, algunos de ellos inmigrantes, en las fincas que posee en las provincias de Sevilla y de Córdoba. Tampoco importa mucho que las subvenciones que recibe de la Política Agraria Común (PAC) de la Unión Europea, estén siendo invertidas en urbanizar parte de sus 34.000 hectáreas de terreno rústico en vez de dedicarlas al campo y a la creación de empleo. Mucho menos importa que la tal Cayetana insultara reiteradamente a los jornaleros, incluso que los denunciara por acusarla de incumplir la ley laboral y de "beneficiarse" de ayudas europeas, y que por supuesto, la Duquesa ganó la demanda. Ya se sabe que la aristocracia tiene mucho poder en este país.
¡Ay! Con la que está cayendo y esta gente viviendo del cuento. En fin…
Miguel Ángel Rincón Peña