Esta semana me gustaría reflexionar sobre algunos aspectos de la religión en general y la Semana Santa en particular, desde una posición lo más objetiva posible, lo cual es bastante complicado, porque uno ve y lee cosas que claman al cielo, nunca mejor dicho.
En esta semana, Susana Díaz, la presidenta de la Junta de Andalucía, o la presidenta de todos los andaluces, como le gusta autocalificarse cada vez que le ponen un micro delante, participaba en una visita (tradición política andaluza) a algunos de los titulares de las cofradías más representativas de la Semana Santa de Málaga, como el Cristo de la Buena Muerte y el Cautivo. También he leído que José Luis Núñez, alcalde de Arcos de la frontera, realizará las primeras “levantás” en tres cofradías. Ejemplos hay miles, como esa “moda” de las procesiones en las escuelas, o algo tan fuera de lugar como nombrar alcaldes-perpetuos a santos y vírgenes, o mantener los crucifijos en los salones de pleno de algunos ayuntamientos.
Yo soy muy respetuoso con las creencias personales que cada uno pueda tener, pero en el momento que se mezcla Religión y Estado, la cosa cambia. Vivimos -en teoría- en un Estado aconfesional, en el cual, la religión tendría que estar, principalmente, en las iglesias, sinagogas, mezquitas, etc. Pero eso no es así, pues la religión católica, concretamente, se inmiscuye constantemente en la vida pública de este país.
Veo muy bien que una persona quiera participar en un acto religioso, en su derecho está, pero que lo haga como un ciudadano más, no como representante de un pueblo, porque entonces, los sectores de ese pueblo que no comulguen con esas ideas religiosas, no se sentirán representados por ese alcalde o por esa presidenta de la Junta de Andalucía. La coherencia, en estos casos, se hace más que necesaria. Y no critico a ningún partido especialmente, porque en mayor o menor medida, en casi todos ellos hay casos parecidos en los que se confunde dónde termina la religión y comienza la vida civil.
No se si me he explicado bien, pues he utilizado un lenguaje y unas formas lo más “light” posible para que nadie se sienta ofendido y para evitar cualquier tipo de polémicas. Mi intención no es otra que dar un toque de atención a nuestros gobernantes y también a ciertos sectores, en este caso de la Iglesia, para que no traspasen esa delgada línea que separa una cosa de otra.
Miguel Ángel Rincón Peña