Creo que la primera vez que conocí personalmente a Pedro Sevilla fue en Prado del Rey. Nos presentó un buen amigo (y poeta) en común, Francisco Pozo Poley. Pozo comentó que me gustaba escribir poemas relacionados con los temas sociales (por entonces andaba yo preparando el que sería mi primer librito), en aquel instante Pedro echó mano a su cartera y me regaló una pegatina del SOC (Sindicato Obrero del Campo). Creo recordar que ese día recitaba en la biblioteca de Prado Antonio Hernández, otro gran poeta arcense.
En aquel tiempo ya me había leído su poemario Septiembre negro (Renacimiento, 1992) y su novela Extensión 114 (Quórum Libros, 2000). Me gustaron mucho, sobre todo su manera de decir las cosas. Recuerdo que lo primero que me recomendó fue que leyera a Julio Mariscal, y así lo hice.
Un día, allá por el 2003, me enteré que Pedro se presentaba como alcaldable en las listas electorales de Izquierda Unida en Arcos, y me agradó la noticia, porque yo también iba en una lista (como segundo) de ese mismo partido en Prado del Rey. Desde entonces hemos coincidido algunas veces (menos de las que yo quisiera) y la impresión que me ha dado siempre es la de una persona muy sensible, amable y educada…, en definitiva, como se suele decir por aquí: “mu güena gente”.
El año pasado me hice con su libro de memorias La fuente y la muerte (Renacimiento, 2011), que además de su autobiografía, es la historia novelada de las últimas cinco décadas en su querida ciudad, Arcos de la Frontera. Muy recomendable, me encantó su lectura. También sigo su columna de opinión en este mismo periódico.
Ayer, casualmente, me enteré gracias a la edición digital de Arcos Información, que Pedro publica en estos días un nuevo trabajo titulado Los relojes nublados (Espuela de Plata, 2014), en el que de nuevo hace un repaso de historia, en esta ocasión a través de los recuerdos de una persona alcohólica. Desde aquí le deseo a Pedro lo mejor con ese libro que, en cuanto esté a mi alcance, “devoraré”.
Miguel Ángel Rincón Peña