8 ene 2010

LLUVIA

Parece que empezamos el año como lo terminamos, lloviendo a mares. Las nubes nos inundan a base de diluvios y hasta el Guadalete dice “aquí estoy yo”. He de confesar, que para los amantes de la lluvia, es hermoso sentarse junto a la ventana y ver llover, o leer un buen libro mientras se oye caer la lluvia sobre el asfalto, las aceras, los paraguas. He debido de heredar mi gusto por la lluvia de mi abuela materna, que le encantaba pasear paraguas en mano. A mi también me gusta pasear bajo la lluvia, y ver cómo se pegan patadas en el culo los transeúntes buscando techo. Cuando éste juntaletras era un zagal, en los días de lluvia, junto con algún amigo, salía a correr y a pisar charcos, salpicando a las mujeres que llevaban falda, ¡qué chiquillos!

Pero, como pasa con todo, en exceso, la lluvia puede ser enormemente destructiva. Sirva como ejemplo las familias que tuvieron que ser evacuadas por la crecida del río en los Llanos de la Huerta, o el cierre del trazado de la Vía Verde de la Sierra a causa de los destrozos provocados por las fuertes lluvias de estos días. Todos pudimos ver hace una semana, en los informativos de TeleCinco o Antena 3, las imágenes de zonas anegadas de Jerez, Arcos o Prado del Rey y los comentarios de los vecinos que allí se encontraban achicando agua o quitando barro. La verdad es que hacía tiempo que no veíamos llover con tal intensidad.

Una de estas pasadas noches, conducía yo por la carretera Arcos – El Bosque y a lo lejos vi un coche detenido y con los cuatro intermitentes encendidos. Yo que, como todos sabéis, soy un buen ciudadano, detuve también mi coche por si tenían alguna avería y podía echar una mano. Salí y me encontré a un hombre de unos sesenta años intentando retirar una rama, que más que rama era un tronco de árbol que se había atravesado en la carretera. Entre los dos lo movimos y lo echamos a la cuneta. Serían las once de la noche, estaba lloviendo y hacía un viento bastante curioso. Volviendo a mi coche, en medio de dicha carretera, pude sentir aquella sensación de soledad y desprotección que se siente cuando somos pequeños y ruge allá en lo alto la tormenta. Me metí en el coche, arranqué y la voz de Hilario Camacho inundó todo el habitáculo, poco a poco, me fui sintiendo algo mejor, como cuando me asomo la ventana en las tardes de lluvia.

Miguel Ángel Rincón Peña