Aún se puede observar el mágico arco iris entre las nubes blancas del cielo. El tic-tac del reloj inunda el silencio de este salón donde escribo ahora.
Desidioso, salgo al camino de tierra que lleva al río y empiezo a caminar sin rumbo definido. La tarde encierra en sus escondrijos miles de enigmas imposibles de resolver.
Al llegar a la orilla del río, puedo comprender que éste es igual que nuestra cíclica vida, su nacimiento, sus habitantes, su cauce… y me siento junto al transparente río a pensar, a buscar respuestas, a divagar, pues todo lo que queremos saber está sin duda alguna en la naturaleza.
El vientecillo de la libertad trae a mi mente recuerdos de otras tardes, de otras tierras. Empiezo a entender el idioma de las cosas y a ver con otros ojos el mundo que me rodea.
Me gustaría que vinieras a conocer todo lo que conozco yo, a caminar conmigo hasta el río, y quedarnos hasta que mengüe la tarde.
Y tras el largo día, tras el amor, tras las dudas y las certezas, sin remedio llega la profunda noche llevando su negra estampa hasta los lugares más remotos de nuestro corazón.
Su olor es inconfundible, su belleza incuestionable, su sonido vacío se clava en los oídos y su profundidad hace cerrar nuestros ojos. Así es esta noche aranera que nos embauca y seduce.
En los tejados de la inexperiencia maúllan los gatos de la incomprensión y en callejones sin salida ladran los perros a la luna y a su noche.
Y los escritores empiezan a escribir mientras los suicidas anudan su soga. Y los pintores dibujan a su musa en esta profunda y esquelética noche.
La noche es utópica y descabellada, como los hombres que la habitan. La noche es continente de infiernos, de moteles siniestros, de ases y copas.
En noches como esta, cuesta amanecer, las estrellas están tan cerca de nuestros ojos, de nuestras bocas, de nuestra piel… pero amanecerá y todo se esfumará con ella.
Desidioso, salgo al camino de tierra que lleva al río y empiezo a caminar sin rumbo definido. La tarde encierra en sus escondrijos miles de enigmas imposibles de resolver.
Al llegar a la orilla del río, puedo comprender que éste es igual que nuestra cíclica vida, su nacimiento, sus habitantes, su cauce… y me siento junto al transparente río a pensar, a buscar respuestas, a divagar, pues todo lo que queremos saber está sin duda alguna en la naturaleza.
El vientecillo de la libertad trae a mi mente recuerdos de otras tardes, de otras tierras. Empiezo a entender el idioma de las cosas y a ver con otros ojos el mundo que me rodea.
Me gustaría que vinieras a conocer todo lo que conozco yo, a caminar conmigo hasta el río, y quedarnos hasta que mengüe la tarde.
Y tras el largo día, tras el amor, tras las dudas y las certezas, sin remedio llega la profunda noche llevando su negra estampa hasta los lugares más remotos de nuestro corazón.
Su olor es inconfundible, su belleza incuestionable, su sonido vacío se clava en los oídos y su profundidad hace cerrar nuestros ojos. Así es esta noche aranera que nos embauca y seduce.
En los tejados de la inexperiencia maúllan los gatos de la incomprensión y en callejones sin salida ladran los perros a la luna y a su noche.
Y los escritores empiezan a escribir mientras los suicidas anudan su soga. Y los pintores dibujan a su musa en esta profunda y esquelética noche.
La noche es utópica y descabellada, como los hombres que la habitan. La noche es continente de infiernos, de moteles siniestros, de ases y copas.
En noches como esta, cuesta amanecer, las estrellas están tan cerca de nuestros ojos, de nuestras bocas, de nuestra piel… pero amanecerá y todo se esfumará con ella.
Miguel Ángel Rincón Peña