Pues pasa que me fui a pasear esta misma tarde, a dar un paseíto después de comer, que es lo que recomiendan los médicos. Agarré un libro de la estantería y me fui carril adelante en busca de la naturaleza, huyendo de los coches, de las gentes y de sus prisas impuestas.
Caminando un buen rato llegué a una zona de árboles, y vi una encina que parecía puesta allí para que yo me sentara a leer el libro que apresuradamente cogí. Me acerqué y tomé asiento junto a su robusto tronco. Eché mano a la mochila y saqué el libro, resulta que dicho libro llevaba por título: La mano abierta, del poeta arcense, Julio Mariscal.
A Julio Mariscal me lo recomendó hace mucho tiempo otro gran poeta de Arcos, Pedro Sevilla. A raíz de sus recomendaciones, investigué sobre Mariscal y busqué sus libros.
Hoy, releyéndolo bajo aquella encina, sus versos me llegaron más profundamente que en otras ocasiones; ¿influye el sitio y el ambiente en el cual se lee un libro? Yo creo que sí, no es lo mismo leer una poesía rodeado de naturaleza, escuchando el cantar de los pájaros y el silbido del viento, que hacerlo mientras se espera el autobús, rodeado de gente, ruidos del tráfico y humos.
Sentado bajo una encina, además de leer, también se puede observar todo aquello que a uno le rodea en ese momento. Desde mi posición, podía ver el cielo, que poco a poco se iba cubriendo de nubes lejanas traídas por el viento. A lo lejos veía un par de vacas pastando. También pasaban pájaros, que con su incesante trinar, alegraban la tarde y le hacían olvidar a uno el reloj.
Poco a poco la tarde se esfumaba, al igual que aquellos trinos, era hora de regresar a la civilización, al ruido de los coches, de las gentes.
Al abrir la puerta de casa, vino a mi mente un nombre: José Antonio Benítez*. Y es que, se me había olvidado escribir el artículo de esta semana para el periódico. Raudo y veloz, encendí el ordenador y me puse a escribir. No iba a escribir sobre política ni nada de eso (y más aún recién llegado del campo). Qué mejor que escribir sobre mi paseo, mucho más interesante y enriquecedor que hablar, por ejemplo, de la Reforma Laboral… dónde va a parar.
Caminando un buen rato llegué a una zona de árboles, y vi una encina que parecía puesta allí para que yo me sentara a leer el libro que apresuradamente cogí. Me acerqué y tomé asiento junto a su robusto tronco. Eché mano a la mochila y saqué el libro, resulta que dicho libro llevaba por título: La mano abierta, del poeta arcense, Julio Mariscal.
A Julio Mariscal me lo recomendó hace mucho tiempo otro gran poeta de Arcos, Pedro Sevilla. A raíz de sus recomendaciones, investigué sobre Mariscal y busqué sus libros.
Hoy, releyéndolo bajo aquella encina, sus versos me llegaron más profundamente que en otras ocasiones; ¿influye el sitio y el ambiente en el cual se lee un libro? Yo creo que sí, no es lo mismo leer una poesía rodeado de naturaleza, escuchando el cantar de los pájaros y el silbido del viento, que hacerlo mientras se espera el autobús, rodeado de gente, ruidos del tráfico y humos.
Sentado bajo una encina, además de leer, también se puede observar todo aquello que a uno le rodea en ese momento. Desde mi posición, podía ver el cielo, que poco a poco se iba cubriendo de nubes lejanas traídas por el viento. A lo lejos veía un par de vacas pastando. También pasaban pájaros, que con su incesante trinar, alegraban la tarde y le hacían olvidar a uno el reloj.
Poco a poco la tarde se esfumaba, al igual que aquellos trinos, era hora de regresar a la civilización, al ruido de los coches, de las gentes.
Al abrir la puerta de casa, vino a mi mente un nombre: José Antonio Benítez*. Y es que, se me había olvidado escribir el artículo de esta semana para el periódico. Raudo y veloz, encendí el ordenador y me puse a escribir. No iba a escribir sobre política ni nada de eso (y más aún recién llegado del campo). Qué mejor que escribir sobre mi paseo, mucho más interesante y enriquecedor que hablar, por ejemplo, de la Reforma Laboral… dónde va a parar.
Miguel Ángel Rincón Peña
*José A. Benítez, redactor del periódico Arcos Información.