El espíritu libre, el caminante incansable, ese es el verdadero viajero. Para él no hay más techo que el de la noche, ni más frontera que donde termina su vista. El viajero no tiene ni patria ni bandera, el viajero pertenece al camino, qué más da dónde terminen sus huesos. Para él, el mundo es un pañuelo y como tal hay que tratarlo, un día en París, otro en Lisboa, otro… quién sabe. Son auténticos trotamundos que se burlan del destino.
Noches de luces artificiales en la gran ciudad, anocheceres en estaciones de trenes vacías, mañanas lluviosas en las carreteras del infierno. Esa es la vida del viajero. Vida que sabe a café recién hecho y a tabaco barato.
Los sueños se vuelven realidad y los recuerdos se pierden en la distancia. La carretera se presenta como una adicción, el olor a gasolina y alquitrán impregnan el aire, y una lágrima se asoma al mundo desde los ojos cansados del infatigable viajero.
Se van quemando las horas en pensiones y hostales de mala muerte, compartiendo las madrugadas con las cucarachas y con los mosquitos. La botella -a veces- es sin duda la mejor compañera de viaje cuando vuelven los recuerdos en la lejanía, en los paisajes extraños, impropios y fríos.
Un viajero, una vez me dijo: Quizá este viento que sopla hoy, lleve las cenizas de este viajero lejos, tan lejos que no se sabrá dónde reposan, y el río seguirá su curso hasta el mar y el cielo seguirá haciendo de techo para otros como yo, otros que seguirán gastando sus vidas en caminos abandonados, en playas desiertas, en desiertos hastíos y en carreteras hacia el infierno.
Yo conozco un viajero en Prado del Rey, un tipo peculiar que cuando siente que su casa se convierte en una cárcel, agarra su vieja bicicleta y recorre kilómetros y kilómetros, la última vez tuvo la desfachatez de llegar hasta el Cabo Norte, en Noruega, nada más y nada menos. Si hubiera nacido en otro país, seguramente los medios de comunicación le darían cobertura a sus hazañas y la gente reconocería su labor. Pero siendo de la sierra de Cádiz, ya se sabe. Yo, que lo aprecio, siempre lo pongo como ejemplo de superación, a pesar de sus malas costumbres, a pesar de su charlatanería y, a pesar de los pesares, Pepe, el viajero quijotesco, es mi amigo.
Miguel Ángel Rincón Peña