Hay veces que, casi sin querer, dos personas se conocen, quizá de vista en un principio, posiblemente se hayan saludado un par de veces, un par de miradas y poco más. Pero de repente, un buen día, esas dos personas se encuentran y deciden hablar, conocerse mejor, sin ningún tipo de pretensión, sin ninguna meta que no sea la de iniciar una amistad. Quizá esas dos personas puedan ser un hombre y una mujer. Seguro que les va sonando esta historia, seguro que alguna vez la han vivido -o les gustaría vivirla-.
Y es que las relaciones humanas son tan extrañas, tan complicadas que cuando empiezan nadie sabe con certeza cómo acabarán, si seguirán con esa incipiente amistad, si la relación se enfriará y poco a poco se congelará sin remisión, si acabará en enamoramiento apasionado, si sólo será sexo, si acabarán arrojándose los trastos a la cabeza, etc.
En tiempos como los nuestros, en que todo el mundo va con prisas buscando la rutina diaria, caminando con la mirada perdida o con la cabeza puesta en la crisis, que puedan suceder estas historias es bastante complicado. Pero yo creo que pese a todo, los humanos estamos conectados y es como si hubiera un hilo invisible que nos une, un imán que nos atrae. Eso se nota en cuanto se cruzan las miradas, es ahí donde ese imán imaginario cumple su función. Quizá debiéramos mirarnos más a menudo a los ojos y atrevernos a entablar algo tan natural -y tan necesario- como una relación.
Otros muchos prefieren relacionarse vía Internet. Yo, particularmente prefiero la cercanía, los olores, el tacto, las miradas. En Internet se hace todo más frío, más lejano, aunque sea una gran ayuda para seres tímidos o introvertidos, o simplemente que no dispongan de tiempo para permanecer juntos más de cinco minutos. ¡Ay, el tiempo!, cuánto daríamos algunas veces por tener más tiempo para las cosas que realmente nos interesan y nos son importantes. Ya me gustaría a mí parar el reloj más de una vez al día. ¿A ustedes no?
Miguel Ángel Rincón Peña