Me gusta tener amistad con personas que piensan diferente a mí, algunas de ellas están en las antípodas de mis ideales. Considero que esas relaciones nos enriquecen, porque el debate siempre significa progreso y avance. Una sociedad que no debate, ni duda, ni se cuestiona, está condenada al estancamiento.
Por poner un ejemplo sobre lo que comentaba antes, tengo algunos amigos que se declaran creyentes, católicos para ser más exacto. Yo aprovecho para intercambiar opiniones sobre temas religiosos, siempre desde el más absoluto respeto y el buen rollo. Ahora eso sí, no me gusta que intenten convencerme, para hacer captación de fieles ya están los curas.
Hace bien poquito, y coincidiendo con que ya tenemos la Semana Santa aquí, he podido mantener varias e interesantísimas conversaciones sobre esta tradición y, una cosa lleva a la otra, y al final siempre se acaba hablando de la religión en general.
Aun siendo ateo, me considero una persona espiritual, e intento hacer verdaderos esfuerzos para comprender esas creencias religiosas, pero mi lado consecuente, lógico y libre pensante hace que me cuestione todo lo relacionado con una religión que hace culto al martirio, al sufrimiento, etc. Se adora a un madero con forma de cruz, que fue instrumento de tortura y dio muerte a infinidad de personas condenadas a la pena capital. La Semana Santa es una especie de fiesta para adorar “becerros de oro” al igual que hicieran los hebreos a las faldas del monte Sinaí. Y es que, desde la antigüedad, el Hombre ha necesitado ídolos y dioses que lo protejan en esta incierta aventura que es vivir. Desde las culturas primitivas hasta nuestros días, la humanidad se ha inventado multitud de creencias, han adorado al Sol, a la Naturaleza, a entes divinos, etc., y las han impuesto a los demás a sangre y fuego. Cuando no se puede explicar algo, lo mejor es el dogma de fe. Llevaba razón Nietzsche cuando dijo aquello de que “la fe significa no querer saber qué es verdad”.
A los que pueda molestar con este artículo, les digo que respeto a los católicos y sus teorías (siempre que no intenten imponérmelas) pero al igual que ellos, yo también necesito exponer mis ideas, y me quedo corto porque la columna del periódico no dá para más.
Por poner un ejemplo sobre lo que comentaba antes, tengo algunos amigos que se declaran creyentes, católicos para ser más exacto. Yo aprovecho para intercambiar opiniones sobre temas religiosos, siempre desde el más absoluto respeto y el buen rollo. Ahora eso sí, no me gusta que intenten convencerme, para hacer captación de fieles ya están los curas.
Hace bien poquito, y coincidiendo con que ya tenemos la Semana Santa aquí, he podido mantener varias e interesantísimas conversaciones sobre esta tradición y, una cosa lleva a la otra, y al final siempre se acaba hablando de la religión en general.
Aun siendo ateo, me considero una persona espiritual, e intento hacer verdaderos esfuerzos para comprender esas creencias religiosas, pero mi lado consecuente, lógico y libre pensante hace que me cuestione todo lo relacionado con una religión que hace culto al martirio, al sufrimiento, etc. Se adora a un madero con forma de cruz, que fue instrumento de tortura y dio muerte a infinidad de personas condenadas a la pena capital. La Semana Santa es una especie de fiesta para adorar “becerros de oro” al igual que hicieran los hebreos a las faldas del monte Sinaí. Y es que, desde la antigüedad, el Hombre ha necesitado ídolos y dioses que lo protejan en esta incierta aventura que es vivir. Desde las culturas primitivas hasta nuestros días, la humanidad se ha inventado multitud de creencias, han adorado al Sol, a la Naturaleza, a entes divinos, etc., y las han impuesto a los demás a sangre y fuego. Cuando no se puede explicar algo, lo mejor es el dogma de fe. Llevaba razón Nietzsche cuando dijo aquello de que “la fe significa no querer saber qué es verdad”.
A los que pueda molestar con este artículo, les digo que respeto a los católicos y sus teorías (siempre que no intenten imponérmelas) pero al igual que ellos, yo también necesito exponer mis ideas, y me quedo corto porque la columna del periódico no dá para más.
Miguel Ángel Rincón Peña