Todas las mañanas, aparco el coche en la parte de atrás del colegio San Francisco. Mientras voy caminando por la acera, en busca de la entrada principal, veo a las madres con sus niños, sus mochilas, sus pórtate bien y sus cómete el desayuno. Hace 30 años yo también iba de la mano de mi madre escuchando esas mismas palabras. ¡Qué tiempos...!
Lo malo de crecer es que se esfuma aquel mundo interior que tenemos cuando somos niños, aquella inocencia, aquellas ganas de comernos el mundo, porque al fin y al cabo, nos creíamos inmortales y nada malo nos podía suceder.
A estas alturas de la vida, en las que uno, seguramente, ya haya atravesado el ecuador de su vida, regresan a la mente aquellos maravillosos recuerdos, el colegio, los amigos, los juegos en plena calle, aquella televisión con su Bola de Cristal, la música de entonces, y mil cosas más.
Son recuerdos que nos perseguirán siempre, flashes que cuando menos nos los esperamos, aparecen de repente en nuestra cabeza. El poder de alguna canción o de algún olor, también pueden despertarnos unos recuerdos que creíamos dormidos, y las experiencias vividas en otro tiempo pretérito vuelven.
Qué importante es la memoria, por eso, cuando a causa de alguna enfermedad la perdemos, dejamos de ser nosotros mismos. Supongo que las personas que no hayan tenido una infancia todo lo feliz que hubiesen querido, les dolerá el recuerdo, pues hay quienes maduraron a golpes y tuvieron una niñez muy corta. Piensen ustedes en los niños soldados, obligados a empuñar un arma y matar, o en esos niños que son explotados, trabajando de sol a sol siete días a la semana para multinacionales sin escrúpulos (algunas de ellas españolas), piensen en los que no tienen nada que comer y andan en los basureros buscándose la vida. Si esos niños sobreviven y llegan a la edad adulta, lo último que querrán recordar es su niñez, pues no tuvieron, se la robaron.
Y es que, tanto si hemos tenido la suerte de haber vivido una infancia feliz y plena, como si no, creo que aquella frase de Rainer Maria Rilke es muy acertada: “La verdadera patria del hombre es la infancia". Cuidemos la infancia de los que son ahora niños para que cuando sean mayores puedan recordarla con una sonrisa en los labios.
Miguel Ángel Rincón Peña