Voy a tratar este tema lo antes posible, para no tener que escribir sobre él más adelante. No me gusta la Navidad. Partiendo de esa base, tengo que reconocer que no siempre fue así, pues cuando era un niño veía estas fiestas de diferente manera.
En la escuela, cuando llegaba el mes de diciembre ya empezábamos a decorar la clase y a ensayar los villancicos para la fiesta escolar de Navidad. A mí me gustaba, como a la mayoría de los niños, la época navideña, además de por los regalos, por las vacaciones que pasaba todos los años en el pueblo de mis abuelos maternos. La Nochebuena me hacía ilusión porque toda la familia, casi al completo, cenábamos esa noche juntos. Al terminar la larga cena, chupito de anís, y la mayoría se iban a la Misa del Gallo, otros se marchaban a algún salón con los amigos y yo me quedaba en casa viendo los programas que ponían en la tele.
A la semana siguiente, Nochevieja. En el pueblo de mi madre, Prado del Rey, la Nochevieja se celebra en la plaza del Ayuntamiento, y todo el mundo se disfraza para comerse las uvas con las doce campanadas. Mi madre un año me disfrazó de mosquetero, otro de vieja, etc.
Y por fin, tras unos días de espera, llegaba la Cabalgata de los Reyes Magos. En mi casa siempre fuimos muy de reyes magos, al gordinflón ese, que está tan de moda en estos tiempos entonces no le veía el pelo. “Bah, el Papa Noel es cosa de los americanos esos”, decía mi madre. El día 5, pillaba una bolsa de plástico y me iba con mis amigos a coger caramelos. Por la noche, recuerdo como si fuese ayer cuando me metía en la cama y era imposible poder dormir con aquellas cosquillas en la barriga. Al final, el sueño me vencía. A la mañana siguiente entraba mi madre en la habitación para decirme que saliera ya, a ver si me habían dejado algo los Reyes. Y allá iba yo, con una sonrisa en los labios y los ojos brillantes de ilusión dispuesto a abrir regalos…
Conforme fui cumpliendo primaveras, aquella ilusión por la Navidad se transformó en escepticismo y más tarde en repulsa por una fiesta mercantilista que saca el lado más hipócrita de nosotros mismos. Pero bueno, esa es mi opinión personal, este año prefiero quedarme con el dulce sabor de los recuerdos -que con cada año que pasa duelen más-.
Miguel Ángel Rincón Peña.