Recuerdo que hasta el 6 de enero de 1990 no tuve un buen tocadiscos. Me lo regaló mi madre junto con un par de discos de vinilo. Uno de ellos se llamaba Éxitos de oro, del grupo madrileño Tennessee. Aún lo conservo. Años después me hice con casi toda la discografía del grupo. Los reyes del Du-dua en castellano. Tennessee es un grupo al que le tengo un cariño especial. Tenían (y siguen teniendo) la habilidad de hacer canciones que al escucharlas, automáticamente parece que los problemas se esfuman por unos minutos, cosa que es muy de agradecer en estos tiempos que corren. Por cierto, en estas fechas sale su nuevo disco Lucky Lips, y por lo que he podido escuchar tiene muy buena pinta.
En fin, volviendo al tema de los vinilos, no sé si habrán entrado alguna vez a una de esas tiendas donde aún venden discos de vinilo. Yo siempre que puedo me acerco a visitarlas y es algo casi orgásmico. El paraíso terrenal, todos esos discos en las estanterías, ese olor tan especial, el tocadiscos listo para poder probarlos, la aguja colocada sobre el vinilo, etc. La primera vez que fui a una tienda de discos de segunda mano no sabía por dónde empezar, me los quería llevar todos: Led Zeppelin, Creedence Clearwater Revival, The Beatles, Pink Floyd, Aute, Dylan, Emerson, Lake & Palmer, Johnny Cash, Triana, 091 y un sinfín de autores más. Esas viejas tiendas son como oasis musicales en medio del desierto urbano. Y es que uno pone la radio o la televisión y sólo encuentra música enlatada, de usar y tirar. Música comercial hecha a golpe de talonario.
Así, no es de extrañar que la mayoría de jóvenes desconozcan los músicos que anteriormente he citado y solamente escuchen banalidades del tipo Justin Bieber, Abraham Mateo, One Direction, Auryn, etc.
Hubo un tiempo, hace ya bastantes años, en que existían programas de televisión donde tocaban grupos de Rock & Roll, algo impensable hoy en día. También los cantautores tenían su espacio televisivo, yo he visto a Javier Krahe, Sabina o Paco Ibáñez cantando en TVE. No es que cualquier tiempo pasado sea mejor, pero en este caso, las cosas han cambiado para peor. Parece que hay una premeditada censura sobre la música de calidad, un veto a todo lo que suene original, fresco y se salga de la pauta establecida por la dictadura de mercado. Triste país éste en el que arrasa en las listas de éxitos un tal Kiko Rivera. ¡Feliz año!
Miguel Ángel Rincón Peña