16 may 2013

FEÉRICOS #18

La doctora decidió dar un descanso a la visita de cinco minutos. Entró un celador con agua para Antonio, mientras la doctora Jarava y yo nos fuimos al pasillo. A unos metros había una pequeña terraza. Salimos a tomar el aire. Desde allí se veía parte del complejo hospitalario y el aparcamiento. Corría una brisa fresca que conseguía erizarle a uno la piel. 
La doctora me preguntó mi opinión sobre la historia que estaba contando su paciente. Parecía bastante intrigada por conocer lo que pensaba. Yo, a riesgo de que me tomara por loco, le respondí que, sinceramente, le creía. Últimamente me habían sucedido algunas cosas que me hacían tener la mente más abierta. Le hablé brevemente de las historias de feéricos que me contó Antonio tiempo atrás, y cómo meses después de escribirlas y publicarlas, mi amigo pareció ese percance. Ahora estábamos a punto de saber qué ocurrió, por qué Antonio sufrió aquel extraño ataque de locura, del cual aún se estaba recuperando. También esperaba encontrar respuesta para la aparición del insólito cadáver encontrado a las afueras de El Bosque, el mismo que, según los testigos, era muy parecido a una especie de hombrecillo o duende. 
La doctora me miró y me dijo que había algo en los ojos de Antonio que le hacía pensar que no mentía. Era una historia increíble, pero no mentía. Que eso lo dijese una doctora del servicio de psiquiatría de uno de los mayores hospitales de Andalucía, era algo muy importante. Le pregunté a la doctora si creía que su paciente estaba en el camino de la recuperación. Su respuesta fue clarísima. No sólo estaba recuperándose perfectamente, sino que de seguir así, le daría el alta en poco tiempo, pues sería en su casa, en su entorno y en compañía de su esposa, donde debería enfrentarse a la realidad. En el hospital poco más podían hacer por él. Físicamente estaba bien. 
Aquella noticia me alegró mucho, así que con media sonrisa en el rostro, la doctora y yo volvimos a la sala para que Antonio nos siguiera contando su historia. 

Del interior del túnel salía un olor a azufre, casi imperceptible. Antonio sacó del bolsillo un pequeño mechero y lo encendió justo a la entrada del pequeño pasadizo. La llama del mechero se inclinó hacia dentro. Antonio se armó de valor y empezó a gatear para investigar, al menos, los primeros metros del misterioso túnel. 

Miguel Ángel Rincón Peña

 
 
¿Has perdido el hilo del cuento? En este enlace lo podrás leer completo hasta el capítulo 17 y con fotos ilustrativas: http://cuentosenelequipaje.blogspot.com.es/2012/12/feericos.html