28 abr 2010

DESNUDA SENCILLEZ

Hay tardes en que uno llega de trabajar y lo que quiere es olvidar y desconectarse del mundo, mandar a todo el planeta a freír espárragos. Hay veces que salgo a pasear por carriles sin un rumbo definido. Otras (las más) me voy a la cama a practicar el sano y noble deporte de la siesta. Pero a veces, me da por releer algún que otro libro de poesía. Ayer fue uno de esos días, estuve pensando durante unos segundos si irme a caminar por senderos pedregosos, lanzarme de cabeza a la cama o repasar mi biblioteca en busca de algún título que me sacara de este infame mundo. Al final me decidí por la lectura. Eché un vistazo a las estanterías y entre varios libros encontré el lomito verde de un pequeño libro llamado “Mis primeros versos” del poeta Francisco Pozo Poley (Curro para los amigos). Me acomodé en el sofá, no sin antes preparar el terreno y servirme un copazo de ron añejo importado de la maravillosa isla de Cuba y poner un disco de Imán llamado El camino del águila (el cual recomiendo) a un volumen apropiado. Acto seguido, abrí el libro de Pozo Poley y comencé a leer. Página tras página, poema tras poema, llegué al final del poemario con varias sensaciones. La primera: Sentir que había merecido la pena no irme de carrileo ni echar la siesta. La segunda: Pensar en todo lo que Curro había luchado para ver al fin su primer libro publicado. Porque la historia de este poeta está hecha a base de trabajo, de lucha, de dignidad y de superación. Pozo Poley tuvo que dejar la escuela cuando era niño para trabajar en el campo (historia nada nueva en Andalucía, hasta hace bien poco), pero su capacidad de aprender y de querer labrarse un futuro mejor lo llevó a apuntarse a clases nocturnas en cuanto pudo. Su primer libro fue del maestro Bécquer. Desde entonces, Curro quedó enganchado a la poesía, y comenzó a investigar, estudiar y escribir sus primeros versos. Ahora, Pozo Poley tiene dos poemarios en el mercado (y otros en su cajón esperando su momento) y es valorado como persona y como poeta por todos los que le conocen. Yo, tengo la suerte de encontrarme entre sus amistades y ser, además, compañero de versos. Él siempre será “el poeta de Prado del Rey” por méritos propios. No es sobrevaloración o simple peloteo, sino reconocimiento a una vida llena de sacrificios y a una gran obra poética.
Siempre me gustaron los homenajes cuando el homenajeado está sobre la tierra y no bajo ella, de ahí esta columna.

Miguel Ángel Rincón Peña