Hace ya algunas semanas cumplí años. Nací un noviembre del año en que murió el rey del
Rock & Roll. Será por eso que siempre me gustó este mes, a pesar del comienzo del frío y las
lluvias. Será también por eso, que siempre me gustó Elvis.
Conozco a mucha gente que no les hace ninguna gracia eso de cumplir años, a mí me
encanta, aunque cada vez se vaya resintiendo uno más. Decía Barrault, con toda la razón, que
la edad madura es aquella en la que todavía se es joven, pero con mucho más esfuerzo.
La vida hay que amarla, aunque ésta sea dura y cruel. Nadie dijo que fuera fácil vivir. A pesar
de todo, la vida nos ofrece cosas impagables, aunque a veces, no nos demos ni cuenta de ello.
Todos los días tenemos amaneceres y atardeceres espectaculares. Por las noches, si está el
cielo despejado, tenemos un auténtico espectáculo; el universo encima de nuestras cabezas -cuánto misterio encierran esas estrellas-. Y cómo no, el amor, la familia, todas esas cosas que
nos dan fuerza para seguir adelante. En la otra cara de la moneda tenemos el vil metal, el
poder, la envidia, la muerte. Cosas nefastas aunque seguramente necesarias para el equilibrio.
La vida hay que disfrutarla, aunque con esta crisis-estafa no esté el "horno para bollos". Hay
que ser positivos, en la medida de lo posible, y ver lo bueno de las cosas. No sé ahora mismo
quién fue el que dijo que la persona verdaderamente sabia es aquella que es capaz de ser feliz
con poco. La mayoría de las veces, la opulencia, más que felicidad da dolores de cabeza.
La vida hace de nosotros sus pequeños sísifos modernos que cada semana, cada mes, cada
año, vamos subiendo nuestra piedra a la montaña, y cuando casi llegamos a la cumbre, vemos
cómo la maldita piedrecita cae sin remedio, y otra vez a empezar, otra vez a subir la semana,
el mes, el año... y así, poco a poco, sin darnos cuenta vamos cumpliendo años, subiendo y
bajando la montaña. Cada vez nos cuesta más esfuerzo, hasta que un mal día, el que rueda
cuesta abajo no es la piedra, sino nosotros, para no levantarnos más.
Todo este rollo que les estoy soltando, queridos lectores, a modo de reflexión, me lo repito a
mí mismo todos los años desde que cumplí los treinta, y ya voy por los treinta y siete (aunque
aparento treinta y seis y medio). En cuanto pasa noviembre y llega diciembre se me va
olvidando el tema de la edad, los cumpleaños, y las reflexiones sobre el sentido de la vida.
Aunque, créanme, a veces es necesario pensar un poco en todo ello. Nunca está de más.
Miguel Ángel Rincón Peña