26 nov 2011

DESNUDOS SOLIDARIOS:

Aliaa el Mahdy es una joven egipcia que ha causado un enorme revuelo en su país al publicar una fotografía desnuda "para defender la libertad". Esta defensora de los Derechos Humanos podría ser condenada a 80 latigazos e incluso a la pena de muerte. Desde El fuego de la utopía apoyamos a Aliaa y a todas las personas que luchan por la Libertad y por los Derechos Humanos, y por ello, cuatro de nuestros poetas y músicos, han decidido desnudarse en solidaridad y como medida de protesta. Nuestro colectivo cree firmemente que el mundo de la Cultura debe ser un eficaz instrumento de denuncia frente a las injusticias. Nosotros, además de poetas, músicos, pintores, etc., también somos activistas. ¡Viva la Libertad de Expresión!

24 nov 2011

OPIO

Leo en la prensa que en Afganistán, condenaron a una mujer que fue violada a elegir entre la pena de doce años de cárcel o a casarse con su violador. La “justicia” afgana la condenó por adulterio. Parece increíble, pero tales despropósitos ocurren con demasiada frecuencia en países donde la Religión y el Estado se funden. Los llamados Estados islámicos hacen sus leyes basándose en el Islam. Un despropósito.

Aquí en España también ocurrió, por ejemplo, en la Edad Media, donde la Iglesia y Estado realizaron auténticas barbaridades en nombre de Dios. Más cercano tenemos el nacionalcatolicismo, donde los jerarcas de la Iglesia Católica paseaban bajo palio al dictador Francisco Franco Bahamonde. Sé que a muchos no les gustará que recuerde estos hechos, pero es necesario hacer un ejercicio de memoria para demostrar que la mayoría de las religiones (si no todas) buscan lo mismo, controlar y someter al ser humano. Ya lo dijo aquel viejo filósofo llamado Karl Marx, “la religión es el opio del Pueblo”, y si echamos un vistazo a la Historia, comprobaremos que tenía toda la razón el buen hombre.
Pero centrémonos en la idea de Estado islámico, a los occidentales nos suena lejano ese concepto. El término Estado islámico se refiere a los diferentes países que adoptan como suyo al Islam, y más específicamente la Sharia (la ley musulmana), como la fundamentación ideológica para sus instituciones políticas.

Yo respeto profundamente todas las creencias y religiones, mientras que éstas respeten mi libertad como persona atea que soy. No entra en mi cabeza que una religión se inmiscuya en asuntos de Estado o en leyes. Un Estado que no es laico corre el riesgo de vulnerar los más elementales derechos humanos, como así podemos comprobar a lo largo de la historia y hasta nuestros días. España, a día de hoy, es un estado aconfesional, se considera así desde 1978, aunque tiene tratados de colaboración con la Iglesia Católica, a la que se le trata de manera especial. Quizá ahora que Rajoy es presidente, la Iglesia Católica recupere influencia en el Estado (abolir la ley del aborto, el matrimonio gay, etc.), el tiempo dirá.
La semana que viene… hablaremos del Gobierno.

Miguel Ángel Rincón Peña

16 nov 2011

LOS DE ABAJO (III)

Una semana después de los incidentes en el congreso de los políticos, tuvo lugar una reunión entre representantes de las dos clases sociales dominantes, los de arriba y los políticos. Tenían un verdadero problema, el levantamiento de los de abajo, y eso iba en contra del Sistema. Los de arriba dijeron que habría que darle al asunto una solución, pues estaban en juego sus privilegios. Los políticos, con la tenacidad que les caracterizaba, pensaron una solución para mantener a raya a los de abajo. A los pocos días, convocaron una reunión entre las tres clases sociales. Los de abajo acudieron en masa, los políticos y los de arriba sólo con sus representantes.
Ante la muchedumbre, el representante de los políticos dijo tener la solución para que los de abajo adquirieran más derechos y vivieran más dignamente, y pasó a enumerar las propuestas ofrecidas: La primera sería instalarles en cada hogar de la clase de abajo, una televisión para que pudieran estar informados y entretenidos. La segunda sería la construcción de un gran centro comercial donde los de abajo podrían adquirir todo lo necesario para poder tener una vida digna (comida, ropa, electrodomésticos, etc.). La tercera sería crear un sindicato donde los de abajo se pudieran afiliar para defender sus derechos laborales. Cuarta, se creará una liga de fútbol donde podrán competir varios equipos. Por último, se legalizará el alcohol. Los de abajo, se miraban los unos a los otros y murmuraban entre ellos. Creían que habían conseguido una victoria ante las clases superiores. La construcción de un gran centro comercial daría trabajo y dinero, la televisión traería cultura al Pueblo, el sindicato sería un gran apoyo para los obreros, el fútbol sería un disfrute para todos y la legalización del alcohol nunca vendría mal para los festejos. Los de abajo aceptaron estas propuestas y se marcharon contentos por los nuevos derechos adquiridos. Mientras, los de arriba y los políticos se frotaban las manos, pues, con la televisión lograrían controlar el pensamiento, creando opinión a los de abajo, con el centro comercial provocarían el consumismo, uno de los motores del capitalismo, el sindicato estaría controlado por los políticos mediante subvenciones, con el fútbol se distraería la atención de los verdaderos problemas, y con el alcohol se alienaría a los jóvenes y no tan jóvenes.
Moraleja: Desconfíe de las clases dominantes y mantenga el libre pensamiento.

Miguel Ángel Rincón Peña

15 nov 2011

LOS DE ABAJO (II)

La puerta del Congreso era robusta y gris. Los obreros llamaron al timbre un par de veces. A los pocos segundos abrió el portero de los políticos. Con voz arrogante preguntó a los de abajo el motivo de la visita, éstos, dijeron que querían hablar con el representante de los políticos. El portero, mirándolos por encima del hombro, les dijo que para eso necesitaban un permiso especial que tendrían que haber pedido con antelación y esperar a que les dieran una cita. Los de abajo dejaron muy claro que no se moverían de allí hasta que el representante no los recibiera en su despacho. La inmensa puerta se volvió a cerrar dejando a los obreros en la calle.
Mientras todo esto ocurría, el representante de los políticos, asomado tras la cristalera de su despacho, hablaba por teléfono con el representante de la clase de arriba y le comentaba la situación. Murmuraban que sería peligroso que los de abajo se decidieran a protestar. Había que cortar esa situación cómo fuera y al representante de los políticos, aún sin haber escuchado las reivindicaciones de los de abajo, decidió llamar a la policía para que desalojaran a los obreros de la puerta del Congreso.
Los trabajadores de la clase de abajo estaban sentados justo en el escalón de aquella gran puerta y no podían imaginar la que se les venía encima. Pasaron unos minutos y a lo lejos se escucharon varias sirenas, poco rato después, los obreros eran apaleados por miembros de la policía. La policía era un cuerpo de seguridad del Estado que supuestamente estaba para proteger a los ciudadanos sin distinción de clase social, sin embargo, a la hora de la verdad siempre actuaban contra los de abajo, por orden de las clases superiores. Curiosamente, reprimían a los que les pagaban el sueldo.
El representante de los políticos reía a carcajadas desde su despacho, mientras veía cómo corrían los de abajo, perseguidos por la policía. Se dirigió hacia su cómodo sillón de cuero y se encendió un buen puro mientras pensaba en que el Sistema lo tenía “todo atado y bien atado”. El día siguiente estaba el representante haciendo cuentas en el mismo despacho cuando por la ventana entró un coctel molotov que incendió rápidamente las cortinas. Delante de la gran puerta había el doble de obreros que el día anterior y con sus herramientas se disponían a desmontar la robusta puerta. (Continuará…)

Miguel Ángel Rincón Peña

2 nov 2011

LOS DE ABAJO (I)

Había una vez, en un país muy lejano, una sociedad de hombres y mujeres que se llamaban a sí mismos “libres”. Se organizaban en clases sociales. Una de esas clases era la de arriba. A ella pertenecían los grandes mercaderes, los aristócratas, los banqueros y algún que otro político que lograba ascender de clase. Estos hacían poco, daban fiestas y comilonas, viajaban, paseaban, invertían en Banca, etc. Los integrantes de la clase de arriba eran casi siempre los mismos, pues tenían una comunidad donde se hacía muy complicado entrar.
Después estaba la clase política. Cada cierto tiempo, el país elegía a sus representantes políticos y éstos se reunían en un salón muy grande para decidir el futuro de aquel pequeño Estado. Creaban y modificaban leyes, votaban propuestas, etc. Los políticos también eran casi siempre los mismos, no se sabía bien el motivo.
Y por último, existía la clase de abajo. Los de abajo eran los que mantenían toda la estructura piramidal de las clases dominantes. Eran los que trabajaban de Sol a Sol, los que cuando había crisis se quedaban sin trabajo o con suerte con un empleo precario. Eran los de abajo los que votaban en las elecciones a la clase política y mantenían así la burocracia.
Así que, en definitiva, los de la clase de arriba eran los que tenían el dinero, la clase política eran los que miraban por los intereses de los que tenían el dinero y la clase de abajo, eran los que no tenían dinero pero mantenían a las clases socialmente superiores.
Un buen día, uno de los de abajo, cayó en la cuenta de que aquel sistema era totalmente injusto. Y pensó que las demás clases sociales se estaban aprovechando vilmente de los de abajo. Pero, qué podía hacer aquel insignificante obrero contra la gran maquinaria del Estado. Cómo podría convencer a sus compañeros de clase para que reivindicaran sus derechos. Lo intentó, pero sus compañeros temían alzar la voz por miedo a perder sus trabajos, que aunque precarios, era lo único que tenían. Solamente un grupo de ellos se animaron a pedir explicaciones a las demás clases dominantes, y se fueron a la puerta del congreso. Los políticos eran seres dotados con una verborrea única, capaces de convencer y engañar a cualquiera. Los de abajo lo sabían y por eso fueron preparados a la cita. (Continuará…)

Miguel Ángel Rincón Peña