8 jun 2011

FOTOGRAFÍA

Desde que el francés Louis Daguerre empezara a divulgar la fotografía, allá por el siglo XIX, ésta ha evolucionado y revolucionado nuestra vida. Y es que, eso de lograr plasmar una imagen en el papel y poder conservarla como recuerdo es algo que, ahora mismo no le damos mucho mérito, pero es genial. Hoy, en el 2011 podemos ver una foto de la Barcelona del año 1835 y observar sus calles, sus edificios, la forma de vestir de la gente, es como una pequeña máquina del tiempo que nos traslada a otra época.
Yo llevo unos días escaneando al ordenador todas las fotos antiguas que tengo, pues el tiempo, además de juez insobornable, también es traicionero, y deteriora todo lo que esté a su alcance. La tecnología actual permite hacer inmortales los recuerdos, ya sean en fotografías o videos, y tenerlos siempre disponibles para cuando hagan falta.

Siempre, desde que era un niño, me gustó la fotografía, mi madre me regaló una pequeña cámara de fotos y allá que iba yo retratando por doquier. Recuerdo aquellos carretes metidos en un tubito negro y que una vez llenos de fotos los llevaba a la tienda para que los revelaran. Tardaban unos días, pero el resultado merecía la pena. Abrir el sobre con las fotos era como abrir un regalo. Hoy en día todo es más fácil, con tan sólo enchufar la cámara al ordenador ya se pueden ver las fotos, modificarlas, quitarle los ojos rojos, etc. Yo sigo prefiriendo lo del carrete, pero bueno, hay que adaptarse a los tiempos que corren.

Actualmente no tengo una buena cámara, hace un año me compré una pequeñita, digital, y con esa me apaño, incluso con la cámara del móvil, que tiene más píxeles que una cámara al uso, es increíble la calidad que ofrece. Sin embargo, veo a chavales con unas cámaras cuasi profesionales, con grandes objetivos, con sus trípodes y demás utensilios. Siempre he pensado que para hacer buenas fotografías no hace falta una buena cámara, sino más bien, un buen ojo. Eso lo saben bien muchos amigos míos que son buenos fotógrafos, como, por ejemplo, mi amigo Baena, que donde pone el ojo pone la foto, ¡y qué foto!

Miguel Ángel Rincón Peña