18 feb 2012

MIS PASEOS

Me aburren profundamente los charlatanes, esos que se creen más listos que nadie y que lo saben todo. Esos que hablan hasta por los codos y se repiten más que el ajo, con mucha palabrería pero sin ningún contenido. Sin embargo, admiro a las personas que hablan lo justamente necesario. A esos sí que me gusta escucharlos, porque no se andan por las ramas, porque tienen una conversación interesante. Cuando me encuentro con personas así, siempre intento escuchar atentamente todo lo que dicen, porque siempre hay algo que aprender.

Hace unos días, estaba paseando por las calles de un cementerio y me encontré a un abuelete que visitaba la tumba de su esposa. Nos saludamos cortésmente y como quien no quiere la cosa se unió a mi paseo por el camposanto. A paso lento fuimos recorriendo las pequeñas callejuelas mientras me contaba sus historias, tranquilamente, sin prisas, con una lucidez que ya quisiera yo para mi. Y surgió el tema de la crisis, decía que esto le recordaba demasiado a sus tiempos mozos, aquellos años del hambre que vinieron tras la guerra civil. Me contó que una de sus hijas y dos nietos habían vuelto a vivir en su casa, y me decía el abuelo: “la cosa está muy malita, no pueden pagar un alquiler porque están en paro y casi no les llega para comer”. Yo lo iba escuchando y a la vez pensaba en todo lo que habría tenido que pasar este pobre hombre en su tiempo y ahora, después de tanto años, ya con su jubilación y su pensión, tener que estar preocupado por mantener de nuevo a su familia. Una de las cosas que me llamó la atención, fue que me dijo que había vuelto a poner la copa de cisco, esa que se utilizaba antes en los pueblos y que había quedado casi en desuso por la aparición de la estufa eléctrica. Esas cosas le hacen pensar a uno sobre la gravedad de la situación por la que estamos atravesando.
Estuvimos un buen rato paseando y hablando sobre el tema, hasta que llegamos a la salida y se despidió de mí con un cariñoso, “adiós, hijo y que la próxima vez nos veamos en otro sitio más agradable que éste.” Quizá en otro sitio no hubiéramos podido hablar y pasear como lo hicimos en el cementerio, al fin y al cabo, los cementerios son lugares de paz, silenciosos y tranquilos, e invitan a la reflexión. Yo iba a reflexionar sobre el hecho de la muerte y acabé hablando de la crisis. Maldita crisis.

Miguel Ángel Rincón Peña