3 may 2013

FEÉRICOS #16

Después del parón de la semana pasada, por motivo de las cifras del desempleo en España, volvemos al cuento de los feéricos. A ver, por dónde íbamos…

A la semana de que ocurriera aquel extraño suceso en El Bosque, Antonio, que continuaba ingresado en Sevilla, parecía que se estaba recuperando bastante bien. Así que ya podía recibir visitas. ¡Por fin!
Me recibió en la sala de visitas del hospital, la doctora Jarava. Estuvimos unos minutos hablando de la repentina recuperación de su paciente. Se escuchó un murmullo en el pasillo, y acto seguido, un enfermero abrió la puerta y sentó en un extremo de la mesa a mi amigo Antonio. Tenía mucho mejor aspecto que la última vez que lo vi. Me miró y me saludó. La doctora empezó preguntándole cómo se encontraba, si había almorzado bien, etc. Antonio, mientras tanto me miraba fijamente, como esperando a que yo hablara. Tras el interrogatorio de la doctora, tomé la palabra. Lo salude, y le pregunté si sabía por qué estaba yo allí, visitándole. Con voz calmada me dijo que sí, que lo sabía perfectamente, algo estaba pasando en el Majaceite y los dos estábamos relacionados con aquellos sucesos que alteraban el orden mágico del bosque.
Miré la cara que estaba poniendo la doctora, ella también me miró a mí con gesto incrédulo. Antonio siguió hablándome de cosas extrañas que yo no podía entender muy bien, me habló de los diversos tormentos que sufrió días antes de ser ingresado, de aquellos dibujos que hacía casi sin querer y un sinfín de cosas más. A medida que iba hablando iba elevando la voz y alterándose bastante. La doctora le pidió calma, yo también le dije que se tranquilizara. Al ver que Antonio hablaba cosas sin sentido aparente y seguía en aquel estado de excitación, la doctora llamó a los enfermeros y celadores que lo sacaron de la sala.
Sin duda, tendríamos que ir poco a poco, en visitas cortas y sin sacar mucho el tema de los sucesos del Majaceite. La doctora Jarava me citó para la semana siguiente. Parecía que a ella también le picaba la curiosidad por toda aquella extraña historia.
Mientras iba en dirección a la calle, pensaba en que aquello era un buen presagio, Antonio recordaba y quería contarlo todo, y la doctora era favorable a mi presencia allí.

Miguel Ángel Rincón Peña