26 abr 2014

TIEMPOS DUROS

La vida es algo así como un continuo Déjà vu. Primavera, verano, otoño, invierno. Navidad, Semana Santa, Feria, etc. En la infancia no nos damos cuenta, pero conforme vamos creciendo y alcanzamos una cierta edad, con bastante frecuencia solemos decir aquello de: “Hay que ver cómo pasa el tiempo”. Esta misma tarde, dando un paseíto por las afueras del pueblo, me encontré con un par de personas que iban en la misma dirección que yo, y una de ellas dijo esa frase, a lo que su acompañante respondió: “Es verdad, parece que era ayer cuando nos estábamos comiendo las uvas y dentro de unos días estamos ya en mayo”. Son cosas que hacen pensar. 
El paso del tiempo, el transcurrir de la vida, ocupan un lugar privilegiado dentro de la poesía, por ello -y por otros muchos motivos-, me gusta escuchar a las personas de edad avanzada, esas que tienen mucho camino andado. Hay que cuidar a nuestros mayores, porque son enciclopedias andantes, tratados de supervivencia y sabiduría muchas veces ignorados. 
 Siempre que me es posible presto toda mi atención en escuchar las historias que cuentan estas personas. Se les nota que están deseosas de relatar sus experiencias a quienes quieran escucharlas y aprender. La mayoría suelen hablar de su infancia y juventud, rememorando todos los sacrificios que tuvieron que realizar para salir adelante. Todos suelen referir lo malo que fue aquel “año del hambre”, que no fue un año, sino algunos más. En aquellos tiempos muchos tuvieron que comer hasta “las cáscaras de las naranjas”. Un abuelito me contó un día algo que nunca se me olvidará. En los años cuarenta, años de postguerra, una mañana, este hombre -entonces niño- estaba sentado en el escalón de su casa junto a su hermano. Vieron pasar por la acera de enfrente al hijo de un cacique portando en su mano una rebanada de pan con manteca. Los dos niños se quedaron fijamente mirando aquella rebanada, pues no habían desayunado, porque según él, “éramos más pobres que las ratas” y raro era cuando comían dos veces al día. Justamente cuando el niño de la rebanada de pan volvió la esquina, su hermano fue a levantarse para entrar en la casa y se desmayó. ¡Qué tiempos tan duros e inhumanos! Nuestros mayores son ejemplo de lucha, de resistencia, de supervivencia, y tenemos tanto que aprender de ellos… y tan poco tiempo… 

Miguel Ángel Rincón Peña