24 ene 2013

FEÉRICOS #10

Cuando en la sierra, empezaba a brillar la rojiza luz del atardecer, Helena salía al jardín trasero con mucho cuidado para que nadie la viera. Entre los rosales, azucenas y lirios, se hallaba escondida una pequeña casita de madera. Helena guardaba un gran secreto dentro de esa casita. 
Todos los días llenaba de miel un dedal que había cogido de la caja de costura de su madre, un trocito de queso, pan y galletas y lo metía en aquella casita. El misterioso inquilino atendía al nombre de Abaturc, y era un ser elemental. 
La abuela de Helena le había contado algunos cuentos en los cuales, se enseñaba cómo atraer a pequeños duendes protectores. La semana pasada, la niña había cumplido cinco años, y decidió invocar el mismo día de su cumpleaños al duende que protege el trabajo, pues Helenita, había escuchado a sus padres hablar de lo mal que iba la tienda y que de seguir en esa situación tendrían que echar el cierre. Así que la pequeña colocó en el jardín varios trocitos de cristales de colores, puso la casita de madera de sus muñecas bien escondida entre las plantas y un poquito de miel en la puerta. Al día siguiente se asomó y vio que la miel había desaparecido y la puerta de la casita se encontraba cerrada completamente. Miró por una de las ventanitas y allí estaba, aquel diminuto duende había acudido. Helena no se lo podía creer, estaba ante un duende de verdad. Estuvo varios días llevándole de comer y aquella puerta seguía siempre cerrada, hasta que uno de aquellos atardeceres, Helena se encontró la puertecita abierta y al pequeño duendecillo apoyado en ella. Los dos se miraron fijamente durante unos segundos, poco después empezaron a hablar. Abaturc preguntó por la causa de la invocación y Helena fue contando con todo lujo de detalles el motivo. 
Abaturc parecía simpático, tenía una espesa y larga barba e iba vestido de forma muy extraña. En seguida se hicieron amigos. El duende le dijo a la niña que protegería el trabajo de su padre, con la condición de que todos los días durante un mes, le llevara un dedal de miel al bosque. Helena aceptó el trato y se despidieron. 
Durante el mes siguiente, la pequeña llevó cada día el dedal de miel al bosque, mientras en su casa, escuchaba a su padre decir que la tienda funcionaba mucho mejor, la gente volvía a comprar allí. Helena estaba muy contenta por su padre, pero en el fondo, una gran tristeza la invadía, pues no volvería a ver jamás a Abaturc.
 
Miguel Ángel Rincón Peña